Servicios de
Inteligencia en Sudamérica. Estado de situación en una perspectiva comparada
Aqui les dejo un estudio importante realizado por Carlos Maldonado del Instituto de Cooperacion de Seguridad Hemisferica, el cual nos pone en contexto sobre el estado de la seguridad latinoamericana, esta lecura es materia obligada para estudiantes de inteligencia, oficiales de inteligencia policial y militar y expertos en el área
Introducción
Como es sabido, las dictaduras
militares sudamericanas de los años setenta y siguientes, establecieron
servicios de inteligencia que participaron activamente en la violación de los
derechos humanos. En parte, dichos servicios, muchas veces en forma
clandestina, derivaron de las Direcciones de Inteligencia de las propias
Fuerzas Armadas. En algunos casos, también reclutaron a sus miembros de las Policías e incluso de
agrupaciones de civiles.
Tampoco es desconocido que, pese a
la tradicional rivalidad nacionalista, existió cierta coordinación de los
servicios de inteligencia de las dictaduras militares del Cono Sur,
especializadas en la represión política, que ha sido conocido como Plan
Cóndor.
El presente trabajo intenta mostrar
el desarrollo de los sistemas de inteligencia en cuatro de los más importantes
países sudamericanos que han vivido procesos de dictaduras militares –o de un
gobierno civil con un fuerte componente militar como en el caso peruano- y,
posteriormente, de recuperación de la democracia en años recientes. Se trata de
un estudio comparado de los casos de Argentina, Brasil, Chile y el Perú.
Recuperada la democracia y venciendo
fuertes resistencias corporativas, los diversos países han hecho esfuerzos por
establecer servicios de inteligencia completamente nuevos –como ha sucedido en
Chile y el Perú- o han reestructurado completamente las agencias ya existentes,
como ha ocurrido en Argentina y el Brasil.
Al estudiar los procesos de
establecimiento o reordenamiento de los sistemas de inteligencia de Estado en
los países citados, se podrá analizar uno de los ángulos menos conocidos de la
relación civil-militar y de la consolidación de la democracia en la región.
Actualmente, se asiste a una fuerte
discusión pública en América Latina sobre la inteligencia, las libertades
públicas y la seguridad en un mundo afectado por los acontecimientos del 11 de
septiembre en Estados Unidos.
Por otro lado, ha habido señales de
un resurgimiento del terrorismo en Chile[1] y Perú,[2] y problemas sociales
como la insurgencia del problema mapuche,[3] entre otros. Todos estos
acontecimientos señalan la necesidad de un eficiente sistema de inteligencia en
dichos países.
Hoy más que nunca, los servicios de
inteligencia están llamados a preocuparse seriamente por fenómenos globales
tales como el terrorismo, el narcotráfico, el lavado de dinero, las amenazas al
sistema democrático y la anticipación de situaciones de crisis regional.
Hay
consenso entre los académicos locales, que al analizar comparativamente la
inteligencia en América Latina se pueden identificar dos rasgos distintivos.
Por un lado, las estructuras que implementan la función de inteligencia se
caracterizan por identificar como único eje de acción la defensa nacional y la
seguridad interior. Por lo mismo, son las Fuerzas Armadas y las Policías las
que desarrollan la mayor capacidad en esta materia.
Aunque ha
habido un fuerte proceso de democratización de las estructuras políticas e
institucionales de los países de la región, dicho esfuerzo no ha producido
cambios significativos con relación a la inteligencia, toda vez que la matriz
utilizada no ha variado.
Un segundo
rasgo distintivo es la tensión que se observa entre la inteligencia y los
derechos democráticos y como ésta se pretende resolver. Es posible que esta
tensión sea la cuestión de mayor relevancia en naciones con democracias
emergentes, puesto que en la actualidad, muchas de ellas no han logrado consensuar
un proyecto político que establezca objetivos nacionales de mediano y largo
alcance,[4]
que permita direccionar adecuadamente la inteligencia estatal, aflorando
siempre el riesgo de utilizar la inteligencia como un arma política del
gobierno de turno, el uso impropio de información confidencial en contra de los
adversarios políticos internos, el desvío de fondos estatales para actividades
político-partidistas o de interés gubernamental y la violación de los derechos
de los ciudadanos y sus garantías constitucionales, entre otros.
La
experiencia de países con democracias consolidadas ha demostrado que una forma
de enfrentar y superar dichos riesgos, es establecer sistemas de controles que
tenga por objetivo asegurar la legitimidad y la eficiencia de
estos organismos y sus actividades. Esta misma experiencia ha establecido que
dicho sistema, más que significar restricciones y aumento de la burocracia
estatal, aseguran su eficacia, limitan sus costos, incrementan su
profesionalización y, finalmente, favorecen la aceptación positiva por parte de
la sociedad civil.[5]
En materia de estructuras de
inteligencia, se pueden encontrar dos grandes modelos en la región. Por un
lado, hay países donde opera un organismo de inteligencia civil, que por lo
general depende de forma directa del Presidente de la República, combinando las
funciones de inteligencia exterior, interior y de contrainteligencia. Se
complementa con organismos militares de inteligencia. Por otro, se cuentan los
países donde no hay un organismo civil. Se compone de un subsistema de
inteligencia militar y, en el caso de existir, el organismo de inteligencia
civil no depende del máximo nivel, sino del Ministerio del Interior. Es el caso
actual de Chile.
De
acuerdo a las tendencias existentes en la mayoría de los países, y en
particular en los Estados democráticos, los organismos de inteligencia
dedicados a acumular información con el fin de proteger el orden democrático y
la seguridad interior del Estado tienen carácter civil.
Hay una serie de otros temas
pendientes en el establecimiento de servicios de inteligencia absolutamente
compatibles con los principios democráticos. Entre ellos están el secretismo de
sus actividades que muchas veces es incomprendido o despierta justificadas
sospechas en la población; el uso de los gastos reservados y técnicas
intrusivas como espionaje telefónico y otras, y la falta de control por parte
de las autoridades políticas y judiciales; la ya citada tendencia a la
utilización de los servicios de inteligencia para espiar a los enemigos
políticos internos en desmedro del desarrollo de una inteligencia estratégica
con fines de alta política y defensa de los intereses nacionales; por último,
el nuevo fenómeno del surgimiento de una inteligencia privada que se convierte
en una fuerte competencia para la inteligencia producida por el Estado.
Hay consenso entre los especialistas
en que la inteligencia “debiera ser empleada en el propio territorio exclusivamente en relación con las
«reales amenazas al Estado
y al sistema democrático»,
con un criterio de excepcionalidad y no de generalidad”.[6]
Asimismo,
en los países democráticos más avanzados es una norma que los organismos de
inteligencia estén sometidos a algún tipo de control externo, generalmente
realizado por instituciones independientes, por ejemplo, el Parlamento o grupos
ad hoc de personalidades
independientes, constituyendo una de las más importantes formas de supervisión.
Complementariamente, existen otros controles como el rol que desempeña el Poder
Judicial con respecto a la protección de las libertades públicas y su efecto en
relación a las actividades que realizan los servicios de inteligencia.
Por
otro lado, hay que hacer una distinción entre organismos policiales y de
inteligencia estratégica. Por su función específica de recolección de
información abierta o clasificada, los servicios de inteligencia no tienen como
fin colaborar estrechamente con la Justicia, como sí es el caso de los
organismos policiales. Su tarea principal es más bien prevenir y evitar actos
ilícitos y asesorar a la instancia política. En la mayoría de los casos, los
servicios de inteligencia tienen capacidad para investigar a las personas, pero
en general no pueden detener ni interrogar sospechosos. En muchos casos, surgen
dificultades y fenómenos de competencia e interferencia entre los servicios,
cuando las policías desarrollan departamentos de inteligencia propios, con el
objeto de no depender de la información que entregan los organismos de
inteligencia.
Conscientes de los peligros que
acechan a los servicios de inteligencia, especialmente su militarización o su
degeneración hacia una policía política, los formuladores de política de
algunos países sudamericanos están tendiendo cada vez más a la conformación de
órganos de inteligencia de corte estratégico dotados de unidades y gabinetes de
analistas de alta calificación académica, bajo una concepción de análisis interméstico.
Esto quiere decir que se debe interpretar y procesar la información en
simultáneo desde un enfoque exterior e interno, según el patrón que sigue la
agencia de inteligencia brasileña.[7]
En
un plano general, se puede hablar de cuatro tipos de controles sobre los
servicios de inteligencia. Éstos son de carácter administrativo, externo,
judicial y público. El control administrativo
es ejercido por el Poder Político, y el propiamente interno de los mismos
servicios; el control externo es
ejercido mediante organismos de control independientes del Ejecutivo,
generalmente lo ejerce el Parlamento; un tercer tipo de control es el que ejerce
el Poder Judicial; hay un cuarto -y no por ello el menos importante- que es el
control que ejerce la prensa y
la opinión pública.
En
los estudios de casos que se presentan a continuación, se podrá percibir el
importantísimo rol que juega el periodismo independiente en el control social
de los servicios de inteligencia.
Argentina
Luego del desastre de la Guerra de
las Malvinas y el término de la dictadura militar, los argentinos recuperaron
la democracia. Tanto el gobierno del Presidente Raúl Alfonsín como su sucesor,
Carlos Menem, impusieron un severo control civil sobre las Fuerzas Armadas. Por
medio de las leyes de Defensa Nacional y Seguridad Interior, respectivamente,
los militares se vieron impedidos de actuar dentro de las fronteras del país.
Esto también se extendió a las actividades de inteligencia.
Paralelamente, la Secretaría de
Inteligencia del Estado (SIDE), creada durante el primer gobierno del general
Domingo Perón, fue potenciada como el máximo organismo civil de asesoramiento
directo del primer mandatario en materias de inteligencia.
Los atentados explosivos a la
embajada israelita (1992) y a la AMIA (1994) en Buenos Aires provocaron un
mayor fortalecimiento de las capacidades de la SIDE en materia de
contraterrorismo y dieron lugar al nacimiento de la cooperación policial en el
ámbito del MERCOSUR, con la creación del órgano de la reunión de Ministros del
Interior y equivalentes.[8]
Luego de los ataques terroristas del
11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, las autoridades argentinas
decidieron extremar las medidas de seguridad en todo el país, especialmente en
la Triple Frontera –en los límites con Paraguay y Brasil-, donde se sospecha
que operarían células del fundamentalismo islámico. En Ciudad del Este y Foz do
Iguaçu viven aproximadamente 30.000
habitantes de origen árabe, y un buen número de ellos mantiene estrechas
relaciones con formaciones políticas de sus países de origen, varias de las
cuales podrían tener carácter terrorista.
Junto con reforzar los organismos de
inteligencia y de policía, las autoridades políticas también incrementaron los
controles sobre dichos cuerpos. En enero de 1992, la ley No. 24.059 de
Seguridad Interior estableció una comisión bicameral de fiscalización de los
organismos y actividades de seguridad interior e inteligencia.
La
comisión está integrada por seis miembros del Senado e igual número de miembros
de la Cámara de Diputados, designados por las Cámaras respectivas. Tiene
carácter permanente y puede dictar su propio reglamento interno.
La
comisión debe verificar que el funcionamiento de los organismos de inteligencia
se ajuste estrictamente a lo preceptuado en las normas constitucionales,
legales y reglamentarias vigentes, constatando la estricta observancia y
respeto de las garantías individuales consagradas en la Constitución, así como
las disposiciones contenidas en la Declaración Americana de Derechos Humanos
-conocida como Pacto de San José de Costa Rica-, incorporada al ordenamiento
legal argentino.
La
comisión tiene todas las facultades y atribuciones necesarias para el
cumplimiento de su cometido y, en especial, para la realización de las
investigaciones que fueran pertinentes en los organismos de inteligencia. Está
especialmente facultada para: a) requerir de todo organismo o ente público
nacional, provincial o municipal, como asimismo de actividades privadas, toda
la información que estime necesaria, la que deberá ser suministrada; b)
requerir del Poder Judicial que cite y haga comparecer con el auxilio de la
fuerza pública a las personas que se considere pertinentes, a fin de exponer
sobre hechos vinculados a la materia de la comisión; c) requerir de los
organismos judiciales pertinentes, se impida la salida del territorio nacional,
sin autorización, de aquellas personas que constituyeran objeto de la
investigación a emprenderse, y d) proponer al Poder Ejecutivo las medidas
tendientes a la superación de las deficiencias que se advirtieran con motivo de
las investigaciones propuestas.
La
comisión produce anualmente un informe público al Senado y la Cámara de
Diputados y un informe secreto, suministrado luego al gobierno, en el cual
informa respecto de resultados de la labor desarrollada y las mejoras que es
necesario implementar.
Aunque la citada comisión posee
importantes facultades, existe la impresión de que su actividad ha tendido a
ser más bien formal, no involucrándose profundamente en el control de las
actividades concretas de inteligencia.[9]
Pese a los mecanismos de control
introducidos, y probablemente debido a una fiscalización meramente formal, en
los últimos años se han sucedido serias acusaciones en contra de los organismos
de inteligencia. Varios dirigentes políticos y de entidades de derechos humanos
han acusado a la SIDE y a la inteligencia militar de escuchar clandestinamente
sus conversaciones telefónicas y sembrar sus oficinas con micrófonos. Sin
embargo, las denuncias judiciales no han prosperado hasta ahora, debido a que
la legislación del país no contempla sanciones para dichas escuchas.
El hecho más grave se produjo cuando
la SIDE, encomendada por el gobierno, pagó sobornos a unos senadores, de modo
de asegurar la aprobación de una controvertida ley que el Ejecutivo consideraba
decisiva. Este escándalo fue denunciado en junio de 2000 gracias a
investigaciones periodísticas independientes. Según éstas, el gobierno, a
través de la SIDE, habría sobornado con US$ 50.000 a una cierta cantidad de
parlamentarios.
Asimismo, en noviembre de 2000, se
hallaron micrófonos en las oficinas de Aníbal Ibarra, jefe del gobierno de la
ciudad de Buenos Aires.
Anteriormente, otros dirigentes
también habían presentado quejas similares. El ex Presidente Carlos Menem y el
Vicepresidente del gobierno encabezado por Fernando de la Rúa, Carlos Chacho
Álvarez, del FREPASO, ambos severos críticos del gobierno radical, denunciaron
sendas intercepciones telefónicas.
A ello se agregó la queja oficial de
la CIA estadounidense acusando a la SIDE de falta de cooperación y el
seguimiento de sus funcionarios.
Finalmente, en octubre de 2000 y luego
de una grave crisis en la alianza gubernamental –que incluyó la renuncia de Chacho
Álvarez y el distanciamiento de una parte de la Unión Cívica Radical, el
partido del Presidente De la Rúa- el primer mandatario se vio forzado a
despedir al jefe de la SIDE, Fernando de Santibañes, un estrecho colaborador
suyo y amigo personal.
Santibañes, un economista
graduado en la Universidad de Chicago, se había granjeado las simpatías de la
opinión pública al realizar drásticos cambios en la SIDE apenas asumió el gobierno
aliancista. Las medidas más importantes fueron la reducción de casi el 50% de
los funcionarios –la mayoría informantes y personal subalterno- y el
consiguiente recorte del presupuesto institucional. Se estima que hasta la
llegada del Presidente De la Rúa el presupuesto era de unos US$ 360 millones al
año. La reducción fue de más o menos el 50%. Según algunas fuentes, la SIDE
tendría actualmente un presupuesto anual de US$ 130 millones.[10]
Además, Santibañes limpió sus
filas de funcionarios involucrados en torturas y actos de represión, la mayoría
heredados del período del gobierno militar, e instaló un destacado equipo de
profesionales y académicos, con el propósito de mejorar la calidad del trabajo
de inteligencia y recuperar la deteriorada imagen de la institución, acusada de
haber sido utilizada por el saliente gobierno peronista para sus fines
políticos particulares.
Algunos de dichos agentes exonerados
se aglutinaron en torno a organizaciones de hecho y trataron de desprestigiar,
e incluso extorsionar, mediante la información que conocieron durante su
servicio, a las autoridades de la inteligencia civil.[11]
Después de los escándalos
denunciados, se hicieron esfuerzos por introducir mayor transparencia en el
ámbito de la inteligencia. En diciembre de 2001, el Parlamento aprobó y el
gobierno publicó la nueva ley No. 25520 de Inteligencia Nacional, la que
reforzó nuevamente los controles sobre los servicios.
En el artículo 4 se establece que
ningún organismo de inteligencia puede realizar tareas represivas, ni poseer
funciones policiales ni de investigación policial. Tampoco puede almacenar
datos sobre personas por el solo hecho de su fe religiosa, raza, etc., así como
por la actividad lícita que desarrollen en cualquier esfera de acción.
Asimismo, se destaca que son inviolables, excepto una orden judicial en sentido
contrario, todas las comunicaciones telefónicas, postales, etc.
En el orden organizativo, la ley
cambia el nombre de la SIDE por el de Secretaría de Inteligencia, renombra la
Dirección de Inteligencia Interior de la ex SIDE por la de Dirección Nacional
de Inteligencia Criminal, y crea la Dirección Nacional de Inteligencia
Estratégica Militar que debe tener a su cargo a los servicios de inteligencia
de las Fuerzas Armadas.
La nueva Secretaría está a cargo del
Secretario de Inteligencia, con rango de Ministro de Estado, el cual es
designado por el Presidente de la República, previa consulta no vinculante con
la Comisión Bicameral de Fiscalización de los Organismos y Actividades de
Inteligencia del Congreso.
La ley señala expresamente que cualquier
intervención de interceptación deberá ser solicitada a los tribunales. Para ese
fin se crea la Dirección de Observaciones Judiciales, único organismo al
interior de la Secretaría facultado para realizar dichas operaciones.
También llama la atención el
artículo 23 que prohíbe desempeñarse como funcionario de todo organismo de
inteligencia a quienes registren antecedentes por crímenes de guerra, contra la
humanidad o por violación a los derechos humanos.
Por último, se crea la Comisión
Bicameral de Fiscalización de los Organismos y Actividades de Inteligencia del
Congreso –que en la práctica reemplaza a la comisión que instituyó la ley No.
24.059 de 1992-, la que tendrá amplias facultades para controlar e investigar
de oficio. A su requerimiento, y con los recaudos establecidos en la propia
ley, los organismos del sistema de inteligencia nacional deberán suministrar la
información o documentación que la Comisión solicite. Asimismo queda facultada para
recepcionar denuncias formuladas por personas físicas y jurídicas sobre abusos
o ilícitos cometidos en el accionar de los organismos de inteligencia y la
investigación de las mismas.
Brasil
En el caso brasileño, los servicios
de inteligencia también son de larga data. El primero de todos fue el Servicio
Federal de Informaciones (SFICI), creado en 1946, en plena vigencia de la
democracia. Los militares lo cambiaron por el Servicio Nacional de
Informaciones (SNI), en 1964, luego del golpe de Estado. También se creó la
Escuela Nacional de Informaciones.
Estos organismos fueron concebidos
como auxiliares de la Doctrina de Seguridad Nacional, que consideraba cualquier
tipo de disidencia interna como un enemigo en potencia. En este sentido,
colaboraron especialmente en la eliminación de los grupos guerrilleros que
surgieron en ese período, y en el control de la oposición pacífica contra el
régimen militar.
En 1985, al retorno de la
democracia, comenzó la reestructuración del sistema de inteligencia. En 1990,
el Servicio Nacional de Informaciones cesó sus funciones. El Presidente Collor
de Melo creó en 1992 la Secretaría de Asuntos Estratégicos (SAE). Y el
Presidente Itamar Franco agregó al SAE una Subsecretaría de Inteligencia (SSI).
Desde 1995, el Presidente Fernando
Enrique Cardoso trabajó en la idea de crear la Agencia Brasileña de
Inteligencia (ABIN). El proyecto fue presentado al Congreso en 1997 y aprobado
dos años más tarde.
La ABIN fue creada mediante la ley
No. 9.983, en diciembre de 1999. Simultáneamente, se estableció una comisión
bicameral de control, compuesta por los presidentes de los bloques mayoritario
y minoritario de la Cámara de Diputados y del Senado federal, así como los
presidentes de las comisiones de Defensa y Relaciones Exteriores de ambas
cámaras.
Esta ley instituyó el Sistema
Brasileño de Inteligencia y la Agencia Brasileña de Inteligencia, la ABIN. Para
marcar la diferencia con el pasado, el eslogan de la ABIN es “La inteligencia
en defensa de la sociedad, el Estado democrático de Derecho y los intereses
nacionales”.
La ley señala que la ABIN es un órgano de asesoramiento directo del
Presidente de la República, y tiene a su cargo planificar, ejecutar, coordinar,
supervisar y controlar las actividades de inteligencia del país.
El director general de la ABIN es
nombrado por el Presidente de la República, previa aprobación por el Senado
federal.
Asimismo, la ABIN absorbió la unidad
técnica encargada de acciones de inteligencia vinculada a la Casa Militar de la
Presidencia. Lo mismo ocurrió con las actividades de inteligencia de la
Secretaría de Asuntos Estratégicos de la Presidencia.
La agencia está compuesta por la
dirección ejecutiva de planificación y coordinación y los departamentos
jurídico, de tecnología, de administración, de inteligencia, de operaciones de
inteligencia, de contrainteligencia, además de la escuela de inteligencia y
organismos regionales.
Aparte del control parlamentario ya
descrito, existe un control interno -también a nivel contable-, ejercido por la
Secretaría de Control Interno de la Presidencia.
En mayo de 2002, fue aprobada una
ley que fija la carrera de los funcionarios de inteligencia. Según ésta, los
cargos son llenados por concurso público e incluyen exámenes de conocimiento,
presentación de títulos y exámenes de salud física y mental. Luego de la
incorporación, el nuevo funcionario debe aprobar un curso de formación en la
Escuela de Inteligencia de la propia ABIN.
La ley también fijó una planta de
1.600 analistas de información, de nivel superior, y 300 auxiliares de
información, de nivel intermedio, medida que deberá ser efectiva completamente
a partir del 1 de enero de 2003.
El presupuesto de la agencia, al
menos para el año 2001, fue de US$ 12 millones.
Paralelamente, en diciembre de 2000,
mediante el decreto No. 3.695, el gobierno brasileño creó el Subsistema de
Inteligencia de Seguridad Pública, integrado por los Ministros de Justicia
(Interior), Hacienda, Defensa e Integración Nacional, y el Gabinete de
Seguridad Institucional de la Presidencia. Esta nueva organización es dirigida
por la Secretaría Nacional de Seguridad Pública del Ministerio de Justicia. El
órgano ejecutivo es el Consejo Especial del Subsistema de Inteligencia de
Seguridad Pública. También participa un representante de la ABIN.
Por último, en mayo del mismo año, mediante el decreto No. 3.493, la
ABIN pasó a ser integrante del Gabinete de Seguridad Institucional de la
Presidencia, central del Sistema Brasileño de Inteligencia.
Precisamente,
esta última medida fue muy criticada por
considerársele contradictoria con la génesis de la ABIN. Varios representantes del estamento académico brasileño
consideran que la creación de la agencia de inteligencia, o al menos su
ubicación en el organigrama del proceso de toma de decisiones, fue un paso
atrás, una verdadera remilitarización de las actividades de
inteligencia. Dichos críticos
señalan que es una demostración más de la fuerte presencia de las Fuerzas
Armadas en el Poder Ejecutivo del país.
Si antes
de la creación de la ABIN, el secretario general de la Presidencia, un civil,
era el encargado de los temas de inteligencia, después fueron los militares
quienes se hicieron cargo por órdenes del Presidente Cardoso. Asimismo, se
sostiene que el verdadero creador de la ABIN fue el general en servicio activo
del Ejército Alberto Cardoso, jefe de la Casa
Militar de la Presidencia de la República.[12]
A las posiciones críticas respecto
del predominio militar, se han sumado en los últimos años una
serie de escándalos en los que se ha visto seriamente comprometida la ABIN,
circunstancia que pone en tela de juicio su actuación dentro del marco del
estado de Derecho.
En noviembre de 2000, la prestigiosa
revista Veja denunció que agentes de la ABIN habían espiado, entre
otros, al Ministro de Salud, José Serra –actual candidato a la Presidencia-,
así como al gobernador del estado de Minas Gerais y ex Presidente Itamar
Franco, un férreo opositor al gobierno.
Frente al estallido del escándalo,
el gobierno se apresuró a desmentir las denuncias. Sin embargo, el cúmulo de
pruebas sembró más dudas que certezas sobre el servicio de inteligencia y la
capacidad del gobierno para controlarlo. Itamar Franco retrucó afirmando que
“no basta la protesta formal” y calificó el asunto como propio de “una mentalidad
fascista”.
Pero la situación se complicó más
todavía, cuando se reveló en el curso de la investigación que abrió la
Procuraduría, que la ABIN también
había espiado a grupos de derechos humanos y ecologistas -Greenpeace y Justicia
Global, un grupo vinculado a Human Rights Watch-, a la secta del coreano Sun
Myung Moon, al Movimiento de los Sin Tierra y a un hijo del propio Presidente
Fernando Henrique Cardoso.
Un tercer elemento terminó por
desacreditar complemente a la ABIN. A las denuncias por seguimientos ilegales
se sumó el hecho de que un buen número
de sus agentes provenía de los tiempos de la dictadura, quienes no habían sido
purgados por las nuevas autoridades.
El escándalo forzó la renuncia del
director general de la ABIN, el coronel Ariel de Cunto, después de conocerse
que había ascendido a un alto funcionario acusado de torturas, en vez de
expulsarlo, y por ser el responsable jerárquico de los funcionarios
comprometidos en el espionaje denunciado.
Como reacción a la revelación de
estos antecedentes, el Parlamento federal instituyó una comisión especial para
investigar el escándalo. La misma estuvo compuesta por tres senadores y tres
diputados.
En el curso de dicha investigación, se
reveló que un grupo de agentes de inteligencia provenientes de la época de la dictadura militar pero
todavía empleados en la ABIN, insatisfechos con las nuevas directrices del
gobierno, se habrían concertado para espiar al Presidente de la República. El cabecilla de dicha banda,
quien grabó conversaciones telefónicas de Cardoso en 1998, entonces utilizadas
para acusar al gobernante de inmiscuirse en un proceso de privatización, ordenó
“pinchar” diálogos de otras autoridades, que luego habría distorsionado y
entregado a algunos medios de la prensa brasileña.[13]
La comisión también se enteró que en la ABIN seguían desempeñándose 226 agentes
heredados del período militar. El gobierno se comprometió a comparar los
nombres de sus agentes con los
torturadores denunciados en el informe de derechos humanos publicado en 1985.
Chile
Los servicios de inteligencia son
bastante recientes en la historia política chilena. Hasta 1973, solamente las
Fuerzas Armadas y las Policías cumplían estas funciones.
Luego del golpe de Estado, el general
Augusto Pinochet organizó una policía política al margen de las instituciones
castrenses y policiales, destinada a combatir la disidencia a su régimen de
facto. A fines de 1973 nació, en forma secreta, la Dirección de Inteligencia
Nacional (DINA), al mando de un coronel del Ejército e integrada por personal
uniformado enviado en comisión de servicio. En 1978, la DINA fue disuelta y
reemplazada por la Central Nacional de Informaciones (CNI) –compuesta en su
mayoría por personal del Ejército-, la que dejó de existir días antes del
término del gobierno militar.
Perdura en la memoria colectiva de los
chilenos la actuación criminal de dichos servicios. Principalmente, la DINA es
responsable del asesinato y la desaparición de centenares de opositores.
Por su connotación especialmente
represiva, ninguno de estos organismos fue capaz de llevar adelante
inteligencia estratégica de calidad. De hecho, la DINA y la CNI no fueron
capaces de predecir hechos como el movimiento guerrillero de la montaña de
Neltume de los años ochenta, el
atentado al general Augusto Pinochet en 1986, la guerra de las Malvinas, la
crisis limítrofe de 1978 con Argentina, la derrota en el plebiscito
presidencial de 1988 ni la internación de armas en Carrizal Bajo, realizada por
el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), el brazo armado del Partido
Comunista.[14]
Hay que tener en cuenta que en 1995,
el ex jefe de la DINA, general ® Manuel Contreras, fue condenado y encarcelado
en Chile por el asesinato de Orlando Letelier, ex canciller del gobierno de
Salvador Allende, y su secretaria, la estadounidense Ronni Moffit, crimen
ocurrido en Washington, D.C., en 1976.
Recuperada la democracia, los gobiernos
civiles se han esforzado por restablecer una sana convivencia con las Fuerzas
Armadas bajo el principio del control civil sobre los militares. No obstante,
la transición democrática chilena fue especialmente dificultosa, debido a los
llamados enclaves autoritarios de la Constitución de 1980 y la presencia
de Pinochet al frente del Ejército desde 1990 a 1998.
En el período 1990-1992, se sucedieron
varios escándalos de espionaje político, donde aparecieron involucrados
efectivos de inteligencia. Esos hechos mostraron la necesidad de reformar el
sistema de inteligencia.
En 1990, un diputado gobiernista denunció
persecuciones y seguimientos que habrían realizando miembros de la inteligencia militar a
algunos parlamentarios y enfrente de dependencias de gobierno, con motivo de la
negativa a la aprobación de fondos públicos para los sueldos de antiguos
agentes de la CNI adscritos al Ejército.[15]
En 1992, se produjo un oscuro
incidente, conocido por su apelativo periodístico de Piñeragate, en el
que estuvo involucrado un capitán del Ejército que grabó clandestinamente la
conversación de Sebastián Piñera, un importante dirigente de Renovación
Nacional, uno de los partidos de la oposición derechista. El incidente,
entendido como una operación política, sirvió para desarticular al sector más
liberal de la derecha pinochetista, y muchas sospechas recayeron en el servicio
de inteligencia del Ejército.[16]
En el mismo período, la prensa denunció
un acto de espionaje en contra del gobierno y los partidos oficialistas,
efectuadas por un supuesto agente Charly, quien resultó ser un sargento
perteneciente a la Dirección de Inteligencia del Ejército (DINE).
Aunque el Ejército desestimó las
denuncias y sólo en un caso el culpable recibió sanciones menores, estos
acontecimientos alertaron al gobierno. En abierta referencia a la actitud
pasiva de la institución castrense, el Ministro de Defensa, Patricio Rojas,
manifestó que se realizaría una revisión y una coordinación de
la normativa y actividades de todos los servicios de inteligencia que
funcionan en el país.[17]
La oportunidad se presentó en 1991. Ese año, el Presidente Patricio Aylwin
creó, vía decreto, el Consejo de Seguridad Pública para desmantelar a los
grupos de guerrilla urbana, luego que éstos asesinaron en abril de 1991 al
senador Jaime Guzmán, fundador de la Unión Demócrata Independiente, actualmente
el mayor partido de oposición.
Aunque posteriormente
dicho Consejo ha recibido críticas por la utilización de informantes pagados,
lo cierto es que fue eficiente en su misión, y en poco tiempo logró
desarticular a los grupos subversivos MAPU-Lautaro, Movimiento de Izquierda
Revolucionaria (MIR) y FPMR. Sus principales líderes terminaron en la cárcel.
Esto se consiguió sin muertes ni torturas.
Simultáneamente con la creación del
Consejo, el gobierno envió al Parlamento un proyecto de ley para establecer la
primera agencia de inteligencia civil en la historia del país.
Con fecha
30 de Abril de 1993, se publicó en el Diario Oficial la ley No. 19.212, que dio
origen a la Dirección de Seguridad Pública e Informaciones (DISPI), como un
servicio de carácter directivo, técnico y especializado, dependiente del
Ministerio del Interior. Expresamente, se estableció como un organismo sin carácter
operativo.
La misión
de esta Dirección es proporcionar al gobierno la información, los estudios, el
análisis y las apreciaciones de inteligencia que éste requiera para formular
políticas y adoptar medidas y acciones específicas, en lo relativo a conductas
terroristas y otras que puedan constituir delitos que afecten el orden público
a la seguridad pública interior.
A
través del Ministerio de Defensa se relaciona con organismos de inteligencia de
las Fuerzas Armadas.
Mención
aparte requiere el rol asignado por esta ley al Ministro del Interior, quien
con el objeto de coordinar las actividades de los organismos de seguridad
pública interior, se transforma en el receptor natural de toda la inteligencia
producida por la DISPI, como así mismo de toda información de que dispongan en
las materias de competencia de la Dirección, las autoridades y funcionarios de
la administración del Estado que constituyen el Comité Consultivo de
Inteligencia.
Este
Comité, que se reúne regularmente, es presidido por el Ministro del Interior y
es integrado, además, por el Subsecretario del Interior, el Subsecretario de
Guerra del Ministerio de Defensa Nacional o su equivalente, el Subsecretario del
Ministerio de Relaciones Exteriores, el Director de la DISPI, el Subjefe del
Estado Mayor de la Defensa Nacional y los Jefes de Inteligencia de las Fuerzas
Armadas y de las Policías de Carabineros (uniformada) e Investigaciones
(civil). Actúa como
Secretario del Comité, el Jefe de la División de Análisis y
Planificación de la DISPI y, en su defecto, el jefe de la División de
Coordinación. A las reuniones del Comité podrán asistir las autoridades o funcionarios
de la Administración del Estado
cuya concurrencia sea solicitada
por el Ministro del Interior.
Aunque no está considerado en la ley de la DISPI, el director del
servicio también concurre al Comité de Seguridad, que sesiona en forma quincenal. Éste
también es presidido por el Ministro del Interior, y
asisten como miembros el Subsecretario del Interior, el Subsecretario
Carabineros, el Subsecretario Investigaciones, el Intendente de la Región
Metropolitana, el Subjefe del Estado Mayor de la Defensa Nacional, el Director
de Orden y Seguridad de Carabineros y el Director de Investigaciones.
En su breve existencia, la DISPI no
ha sido objeto de denuncias por violación de los derechos ciudadanos ni otros
actos ilícitos. Esto se ha debido, en parte, a la excelencia en la selección
del personal de analistas –todos son profesionales universitarios- y de sus
directores, considerados como personalidades intachables.[18]
La DISPI ha centrado su trabajo en el
tema de la gobernabilidad democrática, a contrapelo del viejo esquema del
enemigo interno de la Doctrinad de Seguridad Nacional y de la
contrainteligencia tradicional contra los vecinos territoriales.
A propósito de los sucesos de
espionaje que se produjeron al inicio de la transición chilena, en el período
1992-1993 la Comisión de Defensa de la Cámara de Diputados hizo una
investigación de dichos eventos y redactó un informe sobre los servicios de
inteligencia, en el que le recomendaba al gobierno establecer mecanismos de
control interno de las actividades de inteligencia. Entre sus conclusiones, la
comisión se inclinó por el despacho de una ley de Bases Generales de los
Servicios de Inteligencia; incluso llegó a redactar un anteproyecto de ley.
Asimismo, consagró una serie de principios básicos que deben orientar la
actividad: a saber, a) seguridad de las personas y derecho a la intimidad y
privacidad de las mismas; b) separación entre el concepto de inteligencia
interna e inteligencia en el área de defensa externa del Estado, y c)
incorporación de la fiscalización parlamentaria.
Sin embargo, las recomendaciones de
la comisión, aunque fueron bien recibidas por el gobierno, quedaron relegadas a
un segundo plano, en parte por la gran acumulación de temas referentes a las
Fuerzas Armadas, y en parte también esperando un momento de mayor normalidad para realizar dichas
reformas.
Los ataques terroristas del 11 de
septiembre en Estados Unidos dieron el motivo ideal para que el gobierno
chileno planteara su intención de crear un sistema nacional de inteligencia.
El proyecto de ley que presentó al
Parlamento el gobierno del Presidente Ricardo Lagos a fines de 2001, considera
a la inteligencia como ”un instrumento gubernamental legítimo y necesario”, y
al Sistema de Inteligencia del Estado que se pretende establecer como un
mecanismo útil
e indispensable, debido a que “la reglamentación vigente en materia de
servicios de inteligencia adolece de insuficiencias en relación con la eficacia
de tal institucionalidad”.
El proyecto establece una Agencia
Nacional de Inteligencia (ANI), que será cabeza del Sistema de Inteligencia del
Estado. La ANI es concebida como un servicio público descentralizado, de
carácter técnico y especializado. Dependerá del Presidente de la República,
quien nombrará a su director y será de su exclusiva confianza. Será la sucesora
legal de la DISPI.
La ANI deberá realizar apreciaciones
de inteligencia a nivel nacional e internacional; podrá requerir información a
los servicios militares y policiales de inteligencia, y “aportar la información
especializada para la formulación de políticas, estrategias, planes y programas
necesarios para el resguardo de la seguridad del Estado, la seguridad del
gobierno, la vigilancia del régimen democrático y la estabilidad
institucional”.
El proyecto establece que para el
caso de ser necesario el uso de acciones intrusivas y métodos encubiertos, cada
jefe de servicio –tanto civil como uniformado- deberá requerir autorización
judicial ante un ministro de la Corte de Apelaciones de su jurisdicción. La
ANI, en todo caso, pedirá la colaboración de las Policías de Carabineros e
Investigaciones para estos casos, pues no tendrá carácter operativo.
El control interno lo ejercerán los
respectivos jefes de los servicios de inteligencia, y el control externo estará
en manos de la Contraloría General de la República, los Tribunales de Justicia
y una comisión especial de la Cámara de Diputados.
Los principios fundamentales del
proyecto, aplicables a todos los servicios de inteligencia existentes en el
país, son: a) respeto al ordenamiento jurídico; b) respecto al régimen democrático
y la estabilidad institucional; c) respeto a los derechos constitucionales de
las personas; d) autorización judicial previa; e) proporcionalidad de las
medidas intrusivas; f) los funcionarios deben guardar reserva de por vida para
garantizar la intimidad de las personas y la eficacia de las labores de
inteligencia, y g) utilización exclusiva de la información para fines del
Estado.
El proyecto fija para la ANI una
planta no superior a 125 funcionarios. Esto contrasta con otros servicios
analizados, cuya dotación se mantiene en secreto o es infinitamente mayor.
A diferencia del inicio de la
transición democrática, las Fuerzas Armadas han dado pleno respaldo a la idea
del gobierno de crear la nueva agencia. De hecho, fueron consultadas durante
todo el proceso de formulación del proyecto de ley, el cual duró casi un año.
En declaraciones a la prensa luego
que el Ejecutivo presentara el proyecto a la opinión pública, el general
Roberto Arancibia Clavel, director de Inteligencia del Ejército en ese momento,
sostuvo que la labor de inteligencia debe entenderse como un aporte al
crecimiento nacional y desechó categóricamente las inquietudes surgidas en la
izquierda, que sufrió los rigores de la dictadura. En declaraciones a la
prensa, Arancibia indicó que la implementación de una agencia de inteligencia
no puede entenderse como algo ajeno a la realidad del país, sino como una
entidad vital capaz de analizar todos los campos de acción posibles que puedan
afectar el desarrollo. “Vivimos en un mundo globalizado, en competencia, que
requiere que todos los esfuerzos del país estén apuntados a que a Chile le vaya
bien”, acotó el jefe militar.
Sostuvo que los atentados ocurridos en Estados Unidos obligan a pensar en la conveniencia de una agencia de análisis de inteligencia, una actividad que debe orientarse a aprovechar oportunidades y disminuir las amenazas contra el país.
Recordó que desde el 11 de septiembre, cuando fueron perpetrados los ataques terroristas, el Comité Consultivo de Inteligencia chileno ha estado en alerta permanente.[19]
Según se comprueba por una serie de
documentos de trabajo e investigación, en el seno de las Fuerzas Armadas se
venía desarrollando una nueva visión sobre la actividad de inteligencia, la que
ha sido fuertemente influida por los
cambios producidos en el país desde la recuperación de la democracia. Como señala un autor militar, “lo esencial es
asumir que la inteligencia entró en la dinámica del cambio y el pluralismo, un
sello de estos tiempos (...) La «cuestión de la inteligencia», sus roles, capacidades,
objetivos, su dirección, su actividad, su control, etc., siguen siendo un tema
pendiente desde 1990”.[20] Concluye afirmando que
“toda esta reforma debe tener como objetivo último disponer de un sistema de
inteligencia no sólo capaz de hacer frente a la creciente demanda de
información que necesitará nuestro gobierno en el siglo que se inicia, sino que
ofrezca ese potencial con un absoluto respeto del Estado de Derecho y a los
principios democráticos que guían nuestra actual sociedad”.[21]
El mismo autor recién citado propone
la creación de una Escuela Nacional de Inteligencia y la consolidación de una
política de inteligencia transparente y abierta a las distintas áreas de la
comunidad mediante cursos, seminarios y conferencias.
Otro autor militar sugiere que la
comunidad de inteligencia esté dirigida por un Consejo Consultivo de
Inteligencia, que sea convocado por el Ministro Secretario General de la
Presidencia.[22]
Por su parte, Guillermo Holzmann,
profesor de la Universidad de Chile y experto en temas de inteligencia, cree que el organismo de inteligencia debe
tener rango ministerial y depender directamente del Presidente de la República.
Debe ser pequeño y estar estructurado alrededor de cuatro ejes temáticos
fundamentales: a) político nacional e internacional; b) estratégico y Defensa;
c) económico nacional e internacional, y d) científico y tecnológico.[23]
En todo caso, la prensa local se ha
hecho eco de la polémica que ha surgido por el proyecto. Ésta se concentra en
la dependencia de la nueva ANI y la modalidad para el nombramiento del futuro
director de la agencia. Los parlamentarios desean tener injerencia en el
nombramiento o, por lo menos, en su remoción. No quieren que en el futuro el
organismo se transforme en una policía política al servicio del gobierno de
turno.
También hay discusión sobre la
dependencia. Algunos piensan que la ANI debería depender del Ministerio del
Interior, y que sea éste el políticamente responsable frente a eventuales
dificultades en el futuro. Baldo Prokurica, un senador de oposición, señaló
que, en todo caso, el director de la ANI debe ser un civil.[24]
Según señala el influyente diario El Mercurio, el proyecto “postula
la ANI como un servicio no operativo que se relaciona directamente con el Presidente
de la República y que coordina las seis dependencias que hoy existen en estas
materias, como son las de cada una de las tres ramas de las Fuerzas Armadas, de
Carabineros, de Investigaciones y la Dirección de Seguridad Pública e
Informaciones. El proyecto, rechazado por el Partido Comunista por estar
destinado a perseguir a los «enemigos del sistema»,
ha contado con el apoyo parcial de otros sectores políticos, que han
manifestado la necesidad de que el Senado apruebe la designación del jefe de la
oficina propuesto por el Presidente de la República y que su objetivo sea
reunir información para combatir el terrorismo, el narcotráfico y las
actividades que amenacen la seguridad de las personas. Asimismo, se ha sugerido
la creación de un consejo integrado por representantes de los poderes
Legislativo y Judicial que garantice el respeto de los derechos de las
personas”.[25]
Otros consideran que se debería
incrementar el control parlamentario a tres niveles: mediante la aprobación del
nombramiento del director del organismo de inteligencia designado por el
Presidente de la República; a través la aprobación del plan de inteligencia
anual, y por medio de la solicitud de cuentas periódicas de la labor realizada
y del gasto presupuestario.
El proyecto de la ANI también ha
recibido críticas desde la izquierda. Es el caso de la abogada de derechos
humanos y dirigente del Partido Socialista –en el gobierno-, Pamela Pereira.
Ella considera que el proyecto “propone un sistema que violenta las garantías
individuales, porque violenta la libertad de las personas. Además, con el
sistema de inteligencia más la agencia, se crea un monstruo con dos cabezas,
que está fuera de todo control eficaz y en el que el ciudadano común queda
absolutamente desprotegido”. Añade que “cualquiera que tenga una opinión
discrepante va a pasar a ser un sospechoso y, por lo tanto, va ser objeto de
investigación. Los sospechosos van ser los ecologistas, los indígenas, los
organismos de derechos humanos, de derechos de los ciudadanos, los partidos políticos,
sindicatos”.[26]
Por último, el Parlamento
chileno discute actualmente un proyecto de ley que establece una Unidad de
Análisis e Inteligencia Financiera que funcionará como una dependencia del
Ministerio de Hacienda y que tiene por fin controlar el lavado de dinero. De
este modo, el país podrá cumplir con compromisos asumidos en los tratados
suscritos, como es la Convención contra el Crimen Transnacional Organizado y
las obligaciones internacionales adquiridas por la incorporación al Grupo de
Acción Financiera de Sudamérica.
Perú
Los servicios de inteligencia
peruanos, igualmente que en otros países de la región, siempre estuvieron en
manos de los militares. Pero no es hasta 1992, cuando el Presidente Alberto
Fujimori y la cúpula militar dieron un autogolpe, que la inteligencia se
convirtió en un arma esencial para la sustentación del régimen.
Como señala un distinguido testigo
de dichos acontecimientos, “en 1992, se cambian las reglas de juego básicas y
se impone una concepción de democracia que buscaba la eficacia en la lucha
contra el terrorismo y la introducción de un modelo de reglas de mercado libre,
que siendo eficaz en lo primero, hizo tabla rasa del respeto a los derechos
humanos e impuso la cultura de lo secreto al amparo de la cual creció como un
hongo el más alto grado de corrupción que haya conocido el mundo. Todo ello,
hay que reconocerlo, con participación de las Fuerzas Armadas dentro de las
cuales se tejió una red de corrupción conducida desde una cúpula que manipuló
el poder para delinquir”.[27]
En 1991, el Presidente Fujimori
había tratado sin éxito de modificar el sistema de inteligencia, mediante la
promulgación del Decreto Supremo No. 746. Éste fue rechazado por el Congreso
debido al evidente carácter antidemocrático del mismo. Entre sus puntos más
controvertidos, se señalaba que “el sector público y privado proporcionarán
obligatoriamente al Sistema de Inteligencia Nacional las informaciones y
documentos que éste solicite, bajo responsabilidad penal”.
Luego del autogolpe, Fujimori pudo
reorganizar la inteligencia del país a su entera disposición. Mediante el
decreto ley No. 25.695 del 21 de julio de 1992, el Sistema de Inteligencia
Nacional (SIN) fue dotado de rango ministerial, dependiendo directamente del
Presidente de la República. Aunque nominalmente el jefe del SIN fue siempre un
general del Ejército en servicio activo, el verdadero ejecutor fue siempre
Vladimiro Montesinos, el asesor personal de Fujimori.
El presupuesto del SIN era secreto y
no existía ningún tipo de fiscalización. Según Alfonso Panizo, jefe del
servicio durante el gobierno de transición que sucedió a Fujimori, luego de su
huída al Japón, se rebajó su presupuesto en una tercera parte, hasta US$ 2,5
millones.[28] Según otras fuentes, el
SIN de Montesinos llegó a contar con un presupuesto anual de US$ 300 millones.[29]
Según Juan Velit, actual director de
la inteligencia peruana, el SIN fue el “corazón palpitante” del sistema que
estableció Montesinos junto a Fujimori y la cúpula militar.
Aprovechando el poder que ejercía
desde el SIN, Montesinos y sus secuaces –muchos de ellos altos mandos de las
Fuerzas Armadas y la Policía Nacional-pudieron amasar una fortuna de por lo
menos US$ 270 millones, oculta en
cuentas secretas en diversas partes del mundo. Esta cuantiosa suma fue lograda
mediante la extorsión, el tráfico de drogas, el tráfico de armas y el robo de
las arcas fiscales del país.
Igual que en otros países, el
poderoso SIN fue articulado para reprimir la disidencia política e incluso las
veladas críticas que provenían de las propias Fuerzas Armadas. Por lo mismo,
fue incapaz de prevenir, por ejemplo, el conflicto bélico que estalló con
Ecuador, el que encontró al país sin mayor preparación. En el combate al
terrorismo, también hay diversos indicios sobre su reducida eficacia.
Montesinos supo rodearse de incondicionales. Mediante su influencia sobre Fujimori, logró catapultar a los más altos cargos de las Fuerzas Armadas a hombres de su confianza, la mayoría de ellos de la especialidad de inteligencia. Fue el caso de los comandantes generales de la Marina y la Fuerza Aérea, Américo Ibárcena y Elesván Bello, respectivamente, y el jefe de la Dirección de Inteligencia del Ejército, general Juan Yanqui, por añadidura paisano de Montesinos.[30] Todos se encuentran ahora en la cárcel, acusados de actos de corrupción.
También está detenido Roberto Huamán
Azcurra, encargado del SIN para la intervención sobre las comunicaciones
telefónicas e Internet. Además, participó en el planeamiento y ejecución de los
asesinatos de algunos disidentes en la Universidad Nacional de Educación (La
Cantuta).
En marzo de 2001, fueron detenidos
el jefe del SIN entre los años 1992 y 1998, general Julio Salazar Monroe, y el
ex jefe del servicio de inteligencia del Ejercito, general Juan Rivera Lazo,
ambos retirados, por su responsabilidad en la violación de derechos humanos,
específicamente en la masacre de Barrios Altos, ocurrido en Lima en 1991. Esta
detención fue posible luego que la Corte Interamericana de Derechos Humanos
declarara sin efecto la ley de amnistía de 1995, con la que el régimen de
Fujimori pretendió beneficiar a los mandos militares implicados en crímenes.
Asimismo, en abril de 2002 fueron
apresados el ex jefe de inteligencia de la Fuerza Aérea, general Jorge
Malpartida, y el ex comandante general de la Marina, almirante Alfredo Arnaiz.
Ambos fueron acusados de desviar fondos de sus instituciones a las arcas del
SIN.
Luego de que se develara la red de
corrupción encabezada por Montesinos, en noviembre de 2000 el agónico gobierno
de Fujimori se vio en la obligación de llamar a elecciones presidenciales
anticipadas y decretar la disolución del SIN. En su reemplazo, el gobierno
presentó un proyecto de ley que creaba la Central Nacional de Inteligencia.
Su concepto era claramente militar.
En su artículo 1 se afirmaba que la “Central Nacional de Inteligencia es un
organismo del Estado, que en su especial naturaleza, cumple funciones
reservadas directamente vinculadas con la Defensa Nacional”. En el artículo 2
se le hacía depender directamente del Presidente de la República. El director
integraría el Consejo de Defensa Nacional y asistiría a las sesiones del
Consejo de Ministros, con derecho a voz.
Sin embargo, el Congreso ni siquiera
llegó a discutir este proyecto, pues el régimen se desplomó rápidamente, y su
máximo líder escapó del país.
El gobierno de transición,
encabezado por el político civil Valentín Paniagua, debió partir de cero. Los
sucesores de Montesinos en el área de inteligencia -general ® Juan Campos y
vicealmirante ® Alfonso Panizo, respectivamente- debieron eliminar todo el
personal ligado al ex asesor. La reducción fue drástica, pues se pasó de 5.000
a 400 funcionarios. Entre ellos, se encontraban 800 miembros de la guardia de
seguridad personal de Montesinos.
El Congreso aprobó en junio de 2001,
la ley No. 27.479 del Sistema de Inteligencia Nacional. Esta ley creó el
Consejo Nacional de Inteligencia (CNI), como cabeza del sistema, y la Dirección
Nacional de Inteligencia Estratégica, como organismo operativo del mismo.
De acorde a las nuevas orientaciones
democráticas de la sociedad peruana, se estableció en el artículo 3, que “el
Sistema de Inteligencia Nacional tiene como fundamentos la preservación de la
soberanía nacional y la defensa del estado de derecho, enmarcado dentro del
estricto respeto de los derechos humanos”.
El director del CNI es un cargo de
confianza, designado por el Presidente de la República. A su vez, depende del
presidente del Consejo de Ministros y es miembro nato del Consejo de Defensa
Nacional.
El CNI está compuesto por su
director, el director de Inteligencia Estratégica y representantes del Estado
Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas y de los Ministerios de Interior,
Relaciones Exteriores, Economía y Finanzas y Educación.
La Dirección Nacional de
Inteligencia Estratégica (DINIE) es el organismo ejecutor del CNI, pues realiza
la búsqueda, procesamiento y diseminación de la información.
Se crea una Comisión Ordinaria de
Inteligencia del Congreso de la República que tiene como misión fiscalizar el
funcionamiento y la ejecución de los recursos presupuestarios del CNI, pero no
hay referencia respecto del control de las actividades operativas del mismo.
Se crea una Junta Consultiva de
Inteligencia, presidida por el director de la CNI y compuesta por los jefes de
inteligencia de las Fuerzas Armadas, la Policía Nacional y del Ministerio del
Interior.
En noviembre de 2001, mediante la
ley No. 27.589, se quitó el carácter secreto a la publicación del reglamento de
organización y funciones del CNI. Se les consideró documentos públicos y serán
dados a conocer en el diario oficial del Estado.
Igual que en Chile, por ley No.
27.693 de abril de 2002, se creó una Unidad de Inteligencia Financiera, como
complemento a los organismos de inteligencia del Estado.
En enero de 2002, el Presidente
Alejandro Toledo nombró como jefe máximo del CNI a Juan Velit, reconocido
periodista, internacionalista, experto en asuntos militares y ex congresista
del partido Perú Posible. La designación del jefe de la Dirección de
Inteligencia Estratégica recayó en el general ® del Ejército, Daniel Mora,
quien se destacó por su fuerte oposición al régimen de Fujimori.
Por otro lado, parlamentarios
gobiernistas han recomendado a la Comisión de Transportes y Telecomunicaciones
del Congreso que estudie y formule un proyecto de ley que regule los casos y
procedimientos en los que proceda interceptar o intervenir las comunicaciones.
Hasta ahora, la legislación peruana existente es muy débil en la protección de
la intimidad de las personas.[31]
El atentado terrorista de marzo de
2002, perpetrado tres días antes de la visita del Presidente Bush al Perú, puso
nuevamente en el tapete de la discusión la actuación de los servicios de
inteligencia. Para muchos, éstos no han sido lo suficientemente eficientes.
El propio Velit reconoció que la
organización que él comanda, está en pañales. “Desgraciadamente debo confesar
que el CNI estaba desmantelado. Actualmente no tiene instrumentos para
trabajar. Principalmente carecemos de personal. Nuestros cuadros no están
preparados todavía para asumir tareas delicadas. Preparar un cuadro de
inteligencia es un proceso lento. Más o menos se calcula que se necesitan entre
siete a diez años para adiestrarlo y ponerlo operativo”.[32]
Por su parte, el general ® Daniel
Mora opinó que fue una total exageración haber desactivado el SIN. Reconoció
que si bien el SIN tuvo demasiado poder durante el gobierno de Fujimori, ello
no justificaba su desactivación.[33]
En el mismo orden de cosas, un
diario cercano a Fujimori considera que entre diciembre de 2000 y enero de 2001
“prácticamente todo el personal de la DIN (Dirección de Inteligencia Naval) fue
dado de baja por el gobierno de transición de Valentín Paniagua”. Sin embargo,
según el periódico, esta unidad habría sido fundamental en la desarticulación
de Sendero Luminoso.[34]
El gobierno de Toledo no comparte
dichas críticas. El Ministerio del Interior, que encabeza Fernando Rospigliosi,
otro periodista que enfrentó a Fujimori y Montesinos, ha reforzado su capacidad
de inteligencia incorporando a oficiales que en los años noventa participaron en la captura de Abimael Guzmán y en el
desmantelamiento de Sendero Luminoso. Sus investigaciones ya han dado los
primeros resultados, al capturar a los eventuales responsables del citado
atentado explosivo en Lima.
En todo caso, una debilidad del
modelo peruano es la permanencia de una concepción que tiende a
sobredimensionar la actividad de inteligencia. Hay voces, como la del ex
Presidente y general ® Francisco Morales Bermúdez, que sostienen que para
evitar que el nuevo CNI se convierta nuevamente en un organismo corrupto, es
necesario que los Ministerios de Defensa, Interior y Relaciones Exteriores
posean direcciones de inteligencia independientes, cuyas actividades sean
coordinadas en un comité interministerial.[35]
Hasta ahora, Juan Velit no ha dado
muestras de querer modificar la actual estructura de inteligencia que abarca,
al menos en el papel, a prácticamente todos los ministerios del gobierno.[36]
Conclusiones
Los servicios de inteligencia del
Cono Sur y el Perú están en vías de consolidación, luego de que dichos países
recuperaron la democracia. En este proceso, ha habido aciertos y también
errores. En todo caso, el balance es positivo, pues existe voluntad de las
dirigencias políticas para enmendar las deficiencias, y la opinión pública
muestra una fuerte vocación para defender sus derechos frente a las eventuales
transgresiones provenientes de agencias gubernamentales.
Una de las mayores falencias
detectadas es la falta de control externo de los servicios de inteligencia.
Pese a la existencia de una frondosa legislación, muchas veces la práctica
continúa siendo la antigua, o sea, que las comisiones de control parlamentario
son pasivas, formales o actúan recién cuando se han consumado los hechos. Un
caso muy típico es el descrito en el caso de Brasil. Allí el Parlamento
reaccionó tardíamente, probablemente por desconocimiento, formando una comisión
de investigación luego que se dieron a conocer graves transgresiones cometidas por
la agencia brasileña de inteligencia.
En el develamiento de dichas
transgresiones juega un papel fundamental la prensa. La conclusión es que si
están aseguradas las libertades públicas y el periodismo independiente puede
desarrollarse sin restricciones, éste se convertirá en el mejor aliado de un
control social sobre los servicios de inteligencia.
En todo caso, el estudio de los
casos demuestra que donde hay menos problemas con la inteligencia es en
aquellos países que han debido comenzar prácticamente de cero. Es el caso de
Chile y el Perú. Mas todavía en Chile, donde no existía una experiencia
anterior en servicios de inteligencia de corte civil.
Por el contrario, en Argentina y
Brasil, países que poseen servicios de inteligencia de larga data, las dificultades
han sido mayores. Éstas han tenido que ver con una tendencia casi ancestral al
espionaje doméstico y a la mantención de prácticas operativas desarrolladas
durante los gobiernos de facto. Además, ha habido poca voluntad política para
deshacerse de funcionarios comprometidos con dichos regímenes de fuerza. En
dichos países será más difícil la transición, en parte porque este mal uso de
los servicios de inteligencia está fuertemente enraizado no solamente en los
propios servicios sino que en amplios sectores de la clase dirigente.
Otro hecho resaltante es la
permanencia de la influencia de las Fuerzas Armadas en las estructuras de
inteligencia de los países. Esto ocurre especialmente en los casos de Brasil y
el Perú. Dicha injerencia de los militares, en algunos casos va en directo
desmedro de la participación de los civiles en dichas materias.
Por último, se detecta cierta tendencia
al sobredimensionamiento de algunos servicios, tanto en lo que respecta al
número de funcionarios, al presupuesto involucrado y a las funciones operativas
que poseen. También aquí se da el hecho de que los países con menor experiencia
en el área, Chile y el Perú, están estructurando servicios más bien pequeños,
que se están especializando en la inteligencia estratégica y que restringen o
simplemente prescinden de facultades operativas.
[1]
A principios de 2002, miembros de grupos subversivos de izquierda chilenos,
escapados de su cautiverio, secuestraron a un empresario en São Paulo, Brasil.
Hay sospechas que el botín exigido se utilizaría para reorganizar la lucha
armada en Chile.
[2]
Presumiblemente, miembros de una facción de Sendero Luminoso hicieron detonar
un explosivo en Lima días antes de la visita del Presidente George W. Bush, en
marzo de 2002. El atentado cobró la vida de diez personas.
[3]
En la zona sur de Chile han surgido grupos de vigilantes, tales como el
denominado Frente Común para la Defensa de la Tierra y la organización
paramilitar Hernán Trizano. Para detalles históricos véase a Carlos Maldonado Prieto, “Right-Wing Paramilitary Groups in Chile,
1900-1950”, Low Intensity Conflict & Law
Enforcement, Vol. 8, No. 3, London, Autumn 1999, pp. 68-84.
[4]
Guillermo Holzmann y Manuel Gallardo, “Función del Sistema Nacional de
Inteligencia en un Estado Democrático”, Política, No. 35,
Instituto de Ciencia Política de la Universidad de Chile, Santiago, Primavera
de 1997, p. 108.
[5]
“Principios generales y marco conceptual de la propuesta de creación del
Sistema Nacional de Inteligencia del Instituto de Ciencia Política de la
Universidad de Chile”, Programa
Estado, Defensa Nacional y Fuerzas Armadas para el siglo XXI,
Santiago, junio de 2001.
[6]
José Manuel Ugarte, “Las estructuras de inteligencia en América Latina”, Foreign
Affairs en Español, Primavera 2002, p. 60.
[7]
Véase la sugerente entrevista al especialista peruano en inteligencia, Andrés
Gómez de la Torre, en “Inteligencia en Debate. ¿Qué sistema de inteligencia
debe adoptar el Perú?”, Caretas, No. 1722, Lima, 23/5/2002.
[8]
José Manuel Ugarte, op. cit.,p. 52.
[9]
Ibíd., p. 55.
[10]
Declaraciones del general Alberto Cardoso, jefe de la inteligencia brasileña.
En “Agentes de la dictadura y extralimitaciones
causan borrasca”, Efe, Brasilia,
3/12/2000.
[11]
Incluso han publicado sus propias páginas en Internet: www.imspy.freeservers.com
y www.seprin.com.
[12]
Luís Alexandre Fuccille, “A Segurança Interna no Brasil Pós-Guerra Fria”, REDES
2001, Center for Hemispheric Defense Studies, Washington, D.C., May 22-25, 2001, p. 10. La
misma opinión se puede encontrar en dos trabajos de Jorge
Zaverucha: “As FF.AA. e a Invasão Endógena”, Insight Inteligência,
No. 7, 1999, pp. 96-109, y “Fragile Democracy and the Militarization of Public
Safety in Brazil”, Latin American Perspective, Vol. 27, No. 3.
June, 2000, pp. 8-32.
[13]
Sin embargo, según investigaciones periodísticas, la grabación de diálogos
telefónicos privados del Presidente Cardoso, no habría sido iniciativa de
agentes corruptos sino una orden expresa de la ABIN. La conclusión, basada en
un informe de la Policía Federal, constaría en un informe entregado al
procurador general de la República. Éste inició un proceso legal contra dos
altos mandos y un agente de la ABIN. Más detalles en Folha de São Paulo,
São Paulo, 17/12/2000.
[14]
“El juego secreto del poder”, La Gironda, Santiago, Abril 2002,
p. 14.
[15]
“Palma denunció seguimientos de la DINE a parlamentarios”,
La Época, Santiago, 28/11/1990,
p. 10.
[16]
Véase detalles en Carolina García de la Huerta y Francisco Javier Piriz, Piñera
versus Matthei, Santiago, 1993.
[17]
“Revisarán normas y actividades de servicios de inteligencia”, El
Mercurio,
Santiago, 3/9/1991, p. C02.
[18]
Isidro Solís, el primer director, es abogado de derechos humanos y
anteriormente fue director de Gendarmería, servicio que se encarga de las
cárceles. Ángel Flisfisch fue director por escasos seis meses. Es un reconocido
cientista político y por años ha ocupado altos cargos en el Ministerio de
Defensa. Mario Papi, el tercer director, es abogado y fue senador del Partido
Radical Socialdemócrata. Gustavo Villalobos dirige actualmente el servicio. Es
abogado y fue jefe del Departamento Jurídico de la Vicaría de la Solidaridad,
organismo de la Iglesia Católica que se destacó en la defensa de los derechos humanos
durante la dictadura militar. En el ejercicio de su profesión debió soportar
las persecuciones de la CNI, incluso un breve período de detención y torturas
psicológicas.
[19]
“El Ejército apoya la creación de Agencia Nacional de Inteligencia”, El
Mercurio, Santiago, 6/10/2001.
[20]
Teniente Coronel Christian Slater Escanilla, “Sistema de Inteligencia Nacional
para Chile. Un paradigma del pasado”, Memorial del Ejército de Chile,
No. 466, Santiago, 2001, p. 64.
[21]
Ibíd, p. 65.
[22]
Coronel Guillermo del Castillo Pantoja y Teniente Coronel Marcos Vera Núñez,
“Descripción de un sistema de inteligencia para Chile”, Ibíd, p.
91.
[23]
Guillermo Holzmann, “Una propuesta ideal”, La Gironda, op.
cit. , p. 19.
[24]
“Semana decisiva para la ANI. Debaten dependencia y cómo nombrar director, http://www.elmostrador.cl,
Santiago, 13/5/2002.
[25]
“Agencia
de Inteligencia”,
El Mercurio, Santiago, 10/5/2002, p. A3.
[26]
“Pamela Pereira: ANI es «un monstruo de dos cabezas... el
ciudadano queda absolutamente desprotegido»”, La
Segunda, Santiago, 16/5/2002.
[27]
Jorge Santistevan de Noriega, “Discurso Simón Bolívar sobre Democracia y
Derechos Humanos”, Colección de Documentos Académicos, No. 2,
Instituto de Cooperación para la Seguridad Hemisférica (WHINSEC), Fort Benning,
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